Cono de sombra
“ No sé dónde estoy. Los días son todos iguales,
planos y aburridos. No hay casi colores ni grandes sensaciones y me cuesta
describir las cosas. Mirar sin ver. Una especie de gran ausencia cognitiva
donde sólo los movimientos mecánicos y repetidos fluyen naturalmente. Pero a
veces, sólo a veces, un sonido llena mi mente pareciendo familiar y creo
reconocer una melodía. Todo se desvanece y en ese preciso momento percibo un
rostro que con sus ojos penetra mi cono de sombra y sin querer cierro los míos
y lentamente duermo una siesta eterna.”
Nina retiró el disco del reproductor y lo apagó.
Colocó el mismo en el estuche y se quedó contemplando la contratapa viendo los
títulos de las canciones. Esa recopilación casera que había heredado de su
padre hacía una punta de años, era su disco favorito. No podía dejar de
recordar las veces que le había contado la anécdota de cuando casi fue al
estadio de Vélez a ver a la banda, allá por el año 1981. Un amigo le había
prometido una entrada y de hecho ya le había confirmado, pero el mismo día del
recital lo llamó para pedirle disculpas. La novia le había regalado la entrada
extra a un amigo de ella.
-¿Entendés por qué no me puedo olvidar? No es como
ahora, que las grandes bandas vienen a facturar y tocar temas de hace 25 años
atrás, ¡Queen estaba en la cresta de la ola!
Recordar esos diálogos le daba mucha tristeza, por eso
es que había comenzado con la idea de poner el disco en el reproductor. El
médico no se oponía ya que no le iba a hacer ningún daño con lo cual la música,
si surtía algún efecto a parte de la medicación, era una forma de hacer menos
tensa la espera de algún milagro.
El síndrome de apagamiento cerebral, la forma poco
académica que el médico de Pipo llamaba al Alzheimer, fue uno de los motivos
que la decidió a internarlo en esa clínica. Las recomendaciones médicas del
lugar eran excelentes, pero esa delicadeza en el lenguaje la convenció de que ese
lugar era distinto a otros. El envejecimiento cerebral que padecía Pipo, dejaba a veces en Nina la sensación de que
su padre ya no estaba dentro de ese cuerpo sino que había quedado atrapado en
ese envase que se veía, todavía, sano a pesar de los años.
Pipo en su vida anterior había sido un lector
ocasional, melómano empedernido y amante y trabajador de los “fierros”.
Cualquier motor que pasara por sus manos, mágicamente volvía a funcionar como
si fuera nuevo. Su taller solía estar poblado de la gente más variopinta. Dueño
de una intuición superlativa podía hablar de casi todo con soltura y si se
encontraba con alguien que podía dar cátedra sobre algo en particular, tenía la
habilidad de saber escuchar e incorporar nuevos conocimientos. Nina solía
recordar con gran cariño esos momentos al medio día en que llegaba de la
escuela y su padre hacía una pausa en el taller para almorzar. Se aupaba en sus
rodillas y mientras esperaban a que su madre los llamara, Pipo leía los cuentos
infantiles que Nina devoraba con placer.
-“…lo esencial es invisible a los ojos…” Pero mirá que
sabio resultó ser El Principito este. Entonces Nina estallaba de la risa e iban
a almorzar entre chistes y abrazos.
Y siempre en ese taller flotaba la música: rock de
todo tipo, blues, mucho blues y jazz. Pop, música ligera y de la clásica. Y con
el tiempo también llegó el tango, Piazzola primero luego los demás; para furia
de los tangueros recalcitrantes que se le instalaban a Pipo en el taller
mientras cebaban mate.
-Vos no le hagas caso a nadie. La música, cuando es
buena no tiene idioma, género, frontera ni nacionalidad. ¿Y sabés una cosa? A
veces nos hace mejores personas. El arte te cura las heridas del alma.
Nina estaba agradecida por esas charlas que su padre
había tenido siempre con ella. Le había hablado claro y conciso de cosas
importantes sin importarle la edad que tuviera, sabiendo que lo dicho en algún
momento se le iba a manifestar en su vida de adulta. Sin darse cuenta este
presente suyo de escritora y crítica musical fueron modelándose en esos tiempos
lejanos de motores, música y lecturas en las rodillas.
“ Como y no me doy cuenta. Algo, alguien, me toca y
acaricia y siento sin sentir y miro sin ver. Esos ojos que miran los míos siempre
me llevan en forma recurrente a un taller. Aroma de motores y metal y una luz
brillante ilumina el lugar. Aparece una niña de ojos mágicos y sonrisa gigante.
Tan familiar, tan desconocido. Un mar de recuerdos fragmentados e inconexos. No
hay temor, no hay pánico. Apenas unas palabras susurradas a esa niña parece que
van a descorrer el velo.”
-Mamá ya murió papá y el taller lo cerraste hace
mucho.
Cada vez que Pipo hablaba desde el fondo de su
oscuridad, Nina usaba la misma táctica de su padre de cuando ella era pequeña.
Nunca le contestaba con evasivas. La verdad a secas. Tenía la falsa esperanza
de que esa bestialidad de las repuestas lo sacara de ese cono de sombra en que
estaba sumergido. Al doctor Beconzini no le parecía una mala estrategia esas
respuestas tan directas, pero no sucedía lo mismo entre enfermeros y ayudantes,
más preocupados en las formas que en preservar ése vínculo filial de trato tan
especial y franco que se habían dispensado toda la vida.
Al doctor un día le llamó la atención que Pipo
tarareara una de las tantas canciones que Nina le hacía escuchar a su padre. “I'm
just the shadow of the man I used to be”. Era apenas un balbuceo ya que Pipo
parecía dormido al momento del hecho. Beconzini se inclinó hacia los labios de
Pipo y la frase, automática, se repetía una y otra vez. No dijo nada para no
alimentar falsas expectativas, de hecho el doctor pensaba más que nada en una
repetición de una frase perdida en su memoria y no como algo inducido por la
musicoterapia que hacía Nina con su padre.
Esas acciones
de Pipo se siguieron repitiendo y no sólo con la frase de la misma canción de
“Too much love will kill you”, a veces eran de canciones en castellano. Otras
tantas eran melodías susurradas. Pero todas eran canciones que sonaban en el
reproductor. Aprovechando que el otro fin de semana Nina viajaba, iba a someter
a Pipo a una resonancia magnética cerebral de avanzada, con el estímulo de la
música incluido. Quería cotejar qué clase de respuesta había en Pipo, si es que
había alguna.
Al momento de realizar el estudio Pipo ya tenía una
mirada lúcida y había comenzado a hilvanar frases sueltas pero con sentido,
todas orientadas a la música que había escuchado en los últimos meses y sobre
todo comenzó a preguntar por Nina, que todavía no había regresado de su viaje y
no sabía de éstas novedades.
Pero en realidad no había mucho para alegrarse. El
cerebro de Pipo seguía con una imagen de actividad nula y sin ninguna respuesta
específica a la música. Beconzini llegó a dudar sobre la funcionalidad del
resonador ya que resultaba médicamente inexplicable que Pipo estuviera
conectado nuevamente al entorno y con conciencia de todo.
Cuando Nina llegó ese sábado para visitar a su padre,
le llamó la atención que la hicieran pasar al despacho de Beconzini. Después de
escuchar el relato del médico, sólo atinó a preguntar una cosa.
-¿Qué canción susurro primero?
- Una estrofa de “Too much love will kill you” creo,
“…soy solo una sombra del hombre que solía ser…” y no fue casualidad Nina.
Cuando comenzaste con esto de la musicoterapia te dije que no le iba a hacer
daño y que en el mejor de los casos se iba a escuchar buena música. También te
dije que no creía en los milagros y lo sigo sosteniendo. Pero cuando se
presentan pueden durar todo un intervalo de oportunidad como una segunda vida, pero no es el caso. Pipo se despertó por algo que está más allá de la medicina
y creo que tenés que disfrutarlo el tiempo que dure, que puede ser lo que te
tome salir de esta despacho y llegar a la habitación o dos años. No lo sé, solo
puedo decirte que los riñones ya casi no le funcionan. Esto es una
despedida.
Mientras ordenaba sus ideas y los ojos seguían húmedos
de lágrimas, agradeció con una sonrisa y fue directo a la habitación. Sentado
en la cama y escuchando por su cuenta los discos que Nina había dispuesto para
él, pasaron el resto del día hasta bien entrada la madrugada del domingo disfrutando
todos y cada uno de los discos elegidos.
Antes del amanecer y con una sana fatiga, Pipo abrazó
a su hija y le sostuvo la mirada antes de volver a sumergirse en su cono de sombra.
Apoyó la cabeza en la almohada y el sol tímidamente comenzó a asomar por la
ventana.
“Ahora sé que esos ojos mágicos son los de Nina, los
de esa niña que iluminan no solo el taller sino que también iluminan como un
breve espacio de claridad los últimos recuerdos de mi vida, haciendo que por un
instante todo cobre otra vez sentido. Ya no hay cono de sombra y sé que esa
música formó parte de mi vida junto con esa niña de ojos agradecidos por
haberla ayudado a entender la magia de vivir. Y si hubo un principito que dijo
que lo esencial es invisible a los ojos, también hubo un emperador que dijo: “…
tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos.”
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