Mendieta

 

                                                          

 

-¿Nombre de la mascota?

-Mendieta. Y lo de mascota se le habrá escapao.

Miré al tipo por encima de mis anteojos de presbicia, los que tengo colgado del cuello hace un par de años, porque de tanto fruncir los ojos ya me estaba pareciendo a un japonés. Y  eso de andar hurgando a ciegas con el termómetro el culo de los perros, no daba para más. Pero a la gente la miro directo a los ojos y la verdad que este propietario no era cualquier propietario. Era un paisano de pura cepa, escapado del medio de la pampa húmeda, o seca. ¡Qué sé yo, el clima es un quilombo! Y hasta por un momento dudé de cómo había llegado al consultorio, porque aparecieron, el tipo y el perro, así de repente. Miré por la vidriera de la clínica y no vi ninguna camioneta. ¿A caballo?, pensé. Imposible, con el tráfico de la avenida, imposible.

- ¿Qué le anda pasando?

-Estoy medio jodido de las hemorroides, pero con baños de malva en la palangana afloja enseguida.

Volví a mirar al tipo por encima de los anteojos, pero con un gesto de molestia evidente. Ni se inmutó. Muy en el fondo, tenía razón: que le anda pasando. Lo tomó literalmente y estaba bien. Aunque en realidad si a diez propietarios les pregunto lo mismo, los diez contestan por el animal.

-¡Al perro, digo!

Ahí nomás el paisano empezó a delirar y me resultaría imposible escribir literalmente todo lo que dijo. Entre disquisiciones filosófico-telúricas habló de todo, menos del perro. Y en ese enjambre de palabras me entretuve mirando a Mendieta. Como toda mascota (o lo que éste bicho fuera) parecía entender absolutamente todo lo que su dueño decía y por un momento me pareció que iba a acotar algo, como a gesticular.

Volví a mirar al hombre y tuve la certeza de que estos dos personajes no eran, de ninguna manera, el típico dueño-mascota o amo-perro sumiso. Parecían estar en pie de igualdad y en realidad el perro era más bien una excusa que el hombre utilizaba para explayarse en sus argumentos que todavía no sabía bien a dónde apuntaban.

Con el estetoscopio colgado del cuello y el termómetro en la mano derecha, apenas amagué a intentar tomar la temperatura de Mendieta, éste giró y me sostuvo la mirada. Pero un alarido tronó en el consultorio.

-¡Ahijuna! Dotor endemoniao, largue el arma del vidrio y  el mercurio, o lo dejo como chuleta pal asador.

Mientras terminaba la frase, el paisano llevó  la diestra a su cintura y en un instante un tremendo facón cortó el aire de una rebanada, mientras de su boca seguían saliendo insultos y saliva. Me cagué todo, el único que mantenía la calma en esa tempestad, era sólo Mendieta que con sus ojitos achinados me seguía mirando y dándome algo de tranquilidad. Porque, en definitiva si alguien iba a ser ultrajado, era el perro.

Pero la verdad no sé por qué hice ese gesto de tomar la temperatura, supongo que serán los años de camilla que se me acumularon en el cuerpo que a veces hace que tenga movimientos casi automáticos, porque hasta ahora no sabía qué tenía ni por qué lo había traído. Intenté balbucear algunas palabras coherentes, pero con el facón todavía en la mano y rebanando el aire me explicó que el Mendieta gozaba de buena salud. Y que en realidad la visita era por cuestiones mucho más graves y profundas que la salud de un perro y si Mendieta estuviera en riesgo de contraer alguna enfermedad rara, que aqueja a los mismos, él solito lo iba a resolver. Como la vez esa que andaba con mal de amores por la perrita yorsair del inglés ese que quiso hacer una película con el mismísimo Mendieta. Cuando el extranjero apátrida se percató que el noble can le estaba haciendo el service a la peludita esa, casi se arma la tercera invasión inglesa.

La ausencia del amorío inglés fue remediada por Ña María, la curandera del lugar, que de tanto yuyo y tinta china en el lomo con la cursiadera subsiguiente, hicieron que Mendieta se olvidara inmediatamente del asunto.

-La medicina es cosa seria, Dotor, pero al Mendieta no me lo toque.

Con la excusa de que el agua para el mate que había dejado atrás se estaba por hervir, dejé un minuto el consultorio y fui para el fondo.

Me quedé un rato en el sillón aturdido por toda la situación. Razoné que me estaba volviendo loco.  Al principio todo me pareció dentro de lo normal, raro pero normal. Vi tantas cosas en la camilla del consultorio, que ya no son muchas las que me asustan.

Regresé al consultorio hecho una tromba y no había nadie. Me tuve que agarrar de la camilla para no caerme de culo, y ahí vi unos pelos de perro, marrones. ¿Había limpiado la camilla después de revisar a Black? Pero Black es negro (si, los dueños no fueron muy originales). Definitivamente eran los pelos de Mendieta, de Pereyra, ni rastro.

Esa semana y la siguiente el consultorio se movió bastante, mucha ficha nueva y los pacientes de siempre, pero no hubo forma de sacarme semejante historia de la cabeza. En casa no lo comenté por temor a que mi señora pensara que estaba enloqueciendo, lo cual hubiera sido lo más lógico. Con la excusa de visitar a unos amigos fuimos hasta Olivos. El Peludo, gran colega y confidente, me iba a ayudar a entender este asunto.

-Mirá que yo tengo un montón de perros que les pusieron Mendieta. Tal vez el nombre y el cansancio que tenés te hicieron confundir un poco.

-¿Un poco, boludo? El tipo revoleó un facón al aire que casi me afeita la nariz.

-¿Quién era, Pereyra?

-¡Siiiiii!, te lo juro.

-Dejate de joder, Piti. Venite conmigo al lago Strobel a pescar, se te pasa todo y volvés como nuevo. Salimos la semana que viene, voy con el Colo

Contra todos los pronósticos, acepté. Porque el Peludo sabe que no me gusta la pesca y menos la deportiva. Pero tengo que reconocer que volví renovado.

 Ya de regreso y mientras preparaba unos mates, sentí ruido en la camilla de adelante.  Como si hubiera un paciente. Agarré el termo, la calabaza, y fui a ver de qué se trataba.

La calabaza no se rompió porque es un porongo con forma de honguito, que se sostiene con el soporte. La yerba se desparramó toda. ¡Mendieta! El alarido ni lo inmutó. Arriba de la camilla, había un sobre con una carta y por supuesto, él. Majestuoso y feo.

“Estimau Dotor: sepa disculpar el atropello del otro día. Es que estoy entreverau con un asunto que no me deja en paz. Como le expliqué la última vez (¿explicar? No entendí ni jota) la cosa es seria. Mire si será como le digo que hasta los pájaros han alterau su canto. El zorzal, ya no es criollo, el chingolo no le canta ni al sol ni al viento y hasta los colibrises están mareaos. El otro día uno le quiso sacar néctar a la Eulogia del oído medio. Mire que pa confundir a la Eulogia con una flor, es porque la cosa esta fulera. La pampa indómita y salvaje que supe conocer está perdiendo su verde, ni verde esperanza, ni verde dólar. Ni verdolaga siquiera. ¡Tiene un tinte verde amarelho que me da diarrea y no lo digo por los brasileros! ¡No Dotor! Todo es por culpa de esos malditos plumíferos.

PD: le mando la carta con el Mendieta porque me llamaron de PMAyP (paisanos mal arriados y pendencieros). Son buenos muchachos y me propusieron como presidente. Ni se le ocurra agarrar el arma letal del otro día, porque yo saqué mi facón, pero si Mendieta lo llega a mear, Ave María Purísima Dotor, le aseguro que no entra un bicho más a su consultorio.

Supongo que debo haber leído la carta en voz alta, porque en el silencio del consultorio clarito se escuchó: “Que lo parió” Agarré la banqueta que uso para escribir en la computadora y me senté. Alcé los ojos y el muy cretino me estaba mirando, no como cualquier perro, sólo como lo puede hacer Mendieta.

  Y ahora que hago: ¿me pongo a hablar con el perro? Por más que pensaba, no le encontraba a todo el asunto una explicación razonable, así que lo más sano me pareció primero, abrir la puerta de la calle y dejar que Mendieta se fuera, cosa que hizo al instante, esfumándose entre la gente y los otros perros del barrio .Luego me quedé horas leyendo una y mil veces esa dichosa carta.

Estaba claro que el problema de Pereyra afectaba a los pájaros hasta en su canto y luego hablaba de colores. Y la palabra “plumíferos”, medio aislada, me desconcertaba más que nada. Todas las aves tienen plumas, ¿qué lo afectaba tanto como para decir plumíferos, en forma despectiva, e incluir a todas las aves?

¡La vida en una camilla y yo no fui capaz de dialogar con el único perro que habla! No puedo ser tan estúpido, en vez de romperme los sesos en tratar de descubrir lo que quiso decir este palurdo y preguntarle a Mendieta cuál es el asunto, como un magnífico PELOTUDO (con un acento bien fuerte en la T), abro la puerta y lo dejo ir. ¡Soy más animal que todos los animales juntos, un burro, un idiota!

“No te enloquesá, Lalita”. En el consultorio no había nadie, ni siquiera escuchaba el rumor del tráfico de la avenida ni de la gente pasar. Una inmensa burbuja de silencio me perforaba los tímpanos y otra vez volví a escuchar: “No te enloquesá, Lalita”, pero esta vez sonó casi paternal. Me senté en la banquetita y me puse a llorar. El cuento y esa frase en particular cuando la leí por primera vez, me descompuso de la risa.

- ¿Y por qué yo? Además ¿Qué tiene que ver el fútbol?

-Pero si serás boludo, Piti. ¿Quién mejor que vos, un médico veterinario, para tratar con Mendieta y con Don Inodoro?

¿Sabés qué pasa Piti? Que cuando me jubilé de la vida, todos mis personajes se lo bancaron, que se yo, es medio loco lo que te digo, pero creeme, es así. El único que se puso bravo, fue Inodoro y Mendieta viste lo que es, un filósofo de la vida

- ¿Y yo que pito toco en esta historia?

-Loro apátrida e inmundo, ave rapaz de las pampas, ¿no te dice nada?

-¡Pero que tarado, Pereyra odia a las aves psitácidas!

-Piti, dejate de joder, conmigo no te hagás el médico, que psitácidas ni ocho cuartos, loro de mierda y punto.

- ¡Perdón, perdón! ¿Y qué puedo hacer para ayudar?

-Mirá, Inodoro se enteró que atendés loros, cotorritas, todos esos bichos que para él son algo así como el demonio mismo. Yo no te digo que dejes de atenderlos, pero camuflate, desde acá arriba no creo que con su vista de lince miope te llegue a reconocer. Acá ya están medios podridos; en plena siesta está meta trabucazo limpio para espantar loritos y cotorras de la araucaria del fondo.

-Che, decime: ¿Cómo es la cosa ahí arriba?

- ¿Pero mirá que zorro resultaste ser, todavía no te jubilaron y querés saber lo que te espera? No chiquito, averígualo solo. Te doy sólo una pista: es lo que vos quieras que sea.

-¿?

- ¡Sos lento, ehh! Hacé abajo lo que más te gusta. El resto, Dios proveerá.

-Una más y no te jodo más: ¿me lo mandás al Mendieta un día? Podés creer que le abrí la puerta y lo dejé ir, que pelotudo, ¿no?

-Dale, me fijo. Pero guarda, ese no me da bola ni a mí.

¡Que lo parió!

 

                                                                   

 

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