Numen
Cuando mamá me preguntó si me iba de
vacaciones y dije que no, supe por los gestos de su occipucio que la pregunta escondía
otras intenciones. A veces mi madre hace preguntas de manera tangencial
sin ir directo al punto y ese modo de interrogarme me desespera. Con el correr
de los días esa pregunta difuminada, escondida, se fue materializando. Tenía
que ir a Montevideo a llevar una medicación para los abuelos que allá no se conseguía. Los adoraba, pero
no estaba de humor para el viaje. La facultad me tenía a maltraer y el
primer semestre iba a ser bastante denso con todo el material de lectura, los
finales, Verónica… ¡Verónica! Este
año le voy a proponer ser compañeros de estudio.
Son siete días mi amor, nada más. Y de paso
son como unas vacaciones para vos. Dale, ¿sí? No pude decir que no.
El día del viaje mamá me llevó hasta
el puerto y con tal de no seguir escuchando sus instrucciones, le di un beso
rápido en la papeta y casi que corrí hacia
el barco. Ya a bordo me entretuve viendo los autos entrar a la bodega
mientras montones de pasajeros subían por la planchada.
Empecé a caminar por cubierta
mientras el barco comenzó a moverse
para tomar curso al río y entonces fue cuando la vi. En ese mágico instante
supe que me iba a enamorar. Nada iba a tener sentido si no lograba llamar su
atención. Montevideo, los abuelos, las vacaciones. Nada de nada. El aroma del
río se asemeja al de un océano, el ferry se convierte en el Titanic y ella en
mi Rose.
El sol de la mañana de marzo ilumina
su occipucio resaltando más
todas sus facciones. Estar atento a esos detalles, acerca de una mujer, no es algo habitual en mí.
Con 20 años, y a pesar de mi enorme timidez, soy tan previsible como
cualquier joven de mi edad atravesado por las hormonas. Pero no puedo dejar de
contemplar semejante belleza. Tengo que idear un plan para hablarle antes de
llegar a Montevideo. No tengo tiempo para hacer la gran Verónica y dejar pasar todo el viaje sin dirigirle la palabra . El bamboleo de la embarcación hace que por unos instantes
nuestras miradas se crucen. Sus molchones
verde fuego me derriten el alma, mientras sus verduglios abanican mis esperanzas de establecer contacto.
¡Estúpida gaviota! Ella miró al cielo. No importa, tengo un mar por delante
para volver a intentarlo.
El sol parece opacarse entre sus furdios rojos que flotan con el viento,
y yo vuelo con ellos. Me pierdo, me evaporo. Si no le hablo siento que puedo
morir, no hay otra mujer como ella en este mundo. Ni habrá. Nada va a volver a
ser igual si no lo intento. ¡Pero no está más en cubierta! Desespero, trato de visualizar otra vez su occipucio entre la gente y
al fin la veo en la cabina tomando un café. El sol difuminado por el espesor de
los vidrios hace su imagen aun más perfecta. Su chumpeta se entretiene con el aroma que despide la taza y es como
si aspirara mis pensamientos. ¿No ves que estoy acá, no sentís mi presencia? No puedo ser tan
transparente.
Si supiera tu nombre lo gritaría tan
fuerte que todas las
gaviotas estúpidas huirían del mar para dejar tu imagen perfecta, sola,
grabada en mi memoria. Y ahora, mientras saboreás el café, tus molchones verde fuego están concentrados
en la lectura. Y qué perfecto sería que tus lecturas fueran las mías y que ese
libro yo lo hubiera leído, para poder atravesar el puente de mi timidez con una
gran excusa. Y te cruzás de piernas como si hubieras adivinado mis pensamientos
y entonces Memorias de Adriano
aparece majestuoso en la tapa del libro para animarme a cruzar mi rubicón.
La sirena del Titanic nos avisa que
ya estamos en el puerto y pronto la planchada hará que todos los pasajeros
bajen. Una vez más mis deseos naufragan en el mar de mi imaginación, y se estrellan contra las piedras de mi timidez. Yo no fui
capaz de hablar con mi numen de furdios
rojos.
Cabizbajo y medio muerto me arrimo a
la planchada para hundirme en tierra firme.
―Hola.
La diosa de molchones verde fuego me está hablando y sonriendo con dos hoyuelos
perfectos en sus burnicuchis y con
sus brictios parece preguntarme: ¿es que no me ibas a hablar?
Las papetas y los mandulines se me prenden fuego. Mis fliflimes amagan a decir algo pero
apenas puedo balbucear. Y entonces esa sonrisa perfecta me rescata del
naufragio.
―Soy Beatriz. ¿Leíste este libro?
GLOSARIO
Brictio/s: Ceja/s
Burnicuchi/s: Comisura/s
Chumpeta: Nariz
Fliflime: Labio/s
Furdio/s: Pelo/s
Mandulines: Orejas
Molchón/nes: Ojo/s
Occipucio: Rostro
Papeta/s: Cachete/s
Verduglios: pestañas
Muy lindo riki!!! Te felicito!!!! Que tímido no ha pasado por esa situación!!!
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